
Mientras el mundo celebra los avances de la inteligencia artificial, una nube densa —literal y figurativa— se cierne sobre uno de los proyectos más ambiciosos de Elon Musk. No es una metáfora. En Memphis, Tennessee, la empresa xAI, propiedad del magnate, está en el centro de una tormenta ambiental que huele más a encubrimiento que a innovación.
Una investigación reciente reveló que xAI podría estar operando más de 30 turbinas de gas metano sin los permisos necesarios. Lo alarmante es que estas no son máquinas pequeñas ni discretas: son generadores potentes alimentando a “Colossus”, su supercomputadora estrella. Y lo están haciendo justo en medio de barrios históricamente afectados por la contaminación industrial. ¿Coincidencia? Los residentes no lo creen.
La clave para destapar lo que ocurría no vino de las palabras ni de los informes oficiales, sino del calor. Cámaras térmicas captaron la actividad de las turbinas en acción, arrojando una imagen muy distinta a la que xAI había presentado a las autoridades. El contraste entre lo declarado y lo detectado en imágenes infrarrojas encendió las alarmas: ¿por qué se ocultaría algo así? ¿Y por qué justo aquí?
Para muchas personas que viven cerca del sitio donde se encuentra la instalación, la respuesta es clara. Los vecindarios afectados han sido, durante décadas, víctimas de decisiones políticas y empresariales que priorizan el beneficio sobre la salud comunitaria. En este caso, el término “racismo ambiental” no es exagerado ni retórico; es la expresión precisa que usan quienes llevan años respirando el mismo aire turbio.
El Southern Environmental Law Center (SELC), una organización legal con foco en justicia ecológica, acusa directamente a xAI de engañar a las autoridades al subestimar deliberadamente la magnitud de sus operaciones. De ser cierto, eso convertiría a la instalación de Colossus en uno de los focos más importantes de contaminación en toda la región, especialmente en lo que se refiere a la formación de smog.
La situación es tan grave que ya hay llamados públicos a las autoridades sanitarias del condado para que rechacen cualquier permiso de operación adicional solicitado por la empresa. No se trata solo de una queja técnica. Se está exigiendo una pausa, una reflexión colectiva antes de seguir sacrificando la calidad del aire en nombre del progreso digital.
Lo irónico —y perturbador— es que todo esto ocurre bajo la narrativa grandilocuente de que xAI “impulsará la economía local” y “transformará el futuro de la inteligencia artificial”. Pero, ¿a qué costo? Los vecinos de Memphis no están viendo oportunidades laborales ni prosperidad, sino un aumento en los niveles de polución y una maquinaria imparable que avanza sin mirar atrás.
En lugar de una revolución tecnológica que levanta comunidades, lo que están presenciando es una expansión corporativa que parece tener más prisa por entrenar modelos de lenguaje que por respetar la salud humana. Musk y compañía prometieron transparencia, innovación y responsabilidad. Lo que recibieron los residentes de Memphis fue una explosión de calor, emisiones invisibles y una sensación creciente de ser sacrificables en nombre del algoritmo.
Este escándalo aún se está desarrollando. Las investigaciones continúan. Las autoridades locales están bajo presión. Pero lo que ya quedó claro es que las tecnologías del futuro no pueden construirse con las reglas del pasado: secretismo, impunidad y desprecio por los territorios donde se instalan.
La inteligencia artificial puede procesar millones de datos por segundo, pero no puede esconder lo que sienten quienes viven al lado de sus centros de poder. Porque no importa cuán sofisticados sean los algoritmos, cuando el aire se vuelve irrespirable, la verdad ya no necesita sensores para hacerse notar. Y en Memphis, la verdad está en el aire.