
En menos de 48 horas, la tensión entre India y Pakistán ha dejado de ser un asunto diplomático y ha escalado hacia una peligrosa confrontación armada que muchos temen pueda convertirse en un conflicto nuclear. El martes por la madrugada, sin previo aviso, India lanzó una ofensiva con misiles sobre objetivos estratégicos en territorio paquistaní y en la región de Cachemira. Las cifras son trágicas: al menos 26 muertos y decenas de heridos. Y eso fue solo el inicio.
Las calles de ciudades como Lahore, Islamabad o Muzaffarabad se llenaron de humo, caos y miedo. La ofensiva india, bautizada como Operación Sindoor, apuntó a lo que Nueva Delhi describe como “infraestructura utilizada para planear ataques terroristas”, descartando haber atacado instalaciones militares. Pero en Pakistán, el impacto ha sido interpretado como una violación directa de soberanía.
El gobierno de Shehbaz Sharif no tardó en responder con un mensaje que sonó más a amenaza que a diplomacia: “Este acto cobarde no quedará impune”. Horas más tarde, comenzaron los primeros movimientos de respuesta desde Islamabad, incluyendo el cierre del espacio aéreo en regiones clave como Karachi y Lahore. El ambiente es denso. El miedo, palpable. Y la guerra, una posibilidad que ya no se ve tan lejana.
De Cachemira a la guerra abierta: una línea que se está borrando
No es la primera vez que la región de Cachemira actúa como mecha encendida en este barril de pólvora. Desde 1947, tras la partición de la India británica, Cachemira ha sido el punto neurálgico del conflicto entre estas dos naciones. Pero lo que ocurrió este mes cambió el tono por completo: un ataque mortal contra turistas indios en la región de Pahalgam dejó más de dos docenas de víctimas. India señala a militantes apoyados por Pakistán como los responsables. Islamabad lo niega. Pero ya era tarde: la maquinaria de guerra se había puesto en marcha.
La ofensiva india, con precisión quirúrgica según su gobierno, fue presentada como una muestra de “moderación estratégica”. Pero cuando caen misiles sobre ciudades con población civil, es difícil hablar de moderación. Pakistán respondió este miércoles con la llamada Operación Bunyanun Marsoos, asegurando haber destruido instalaciones clave del ejército indio, incluyendo una base aérea y un almacén de misiles BrahMos en Amritsar.
Ambos gobiernos afirman tener el control. Ambos juran actuar con responsabilidad. Pero lo cierto es que los cazas ya están en el aire, los radares están encendidos, y los ciudadanos en ambos países viven al filo del miedo.
Una jugada peligrosa con armas nucleares sobre la mesa
India y Pakistán no son enemigos comunes. Son potencias nucleares. Y cuando un misil cruza la frontera sin previo aviso, el riesgo no es solo local, es global. Lo sabe la ONU, lo saben las potencias occidentales, y lo saben —aunque no lo reconozcan públicamente— los gobiernos involucrados.
La comunidad internacional ha empezado a reaccionar. El Secretario General de la ONU pidió “máxima contención” a ambos países. Estados Unidos, por su parte, expresó una preocupación tibia. Donald Trump, con su estilo característico, apenas soltó un “es una pena”, como si se hablara de una final de fútbol perdida.
Pero la gravedad es otra. Este no es un simple intercambio de fuego. Este es un juego geopolítico con consecuencias que pueden salirse de control en cuestión de horas. El riesgo es real: que alguno de los dos países cruce la línea invisible de lo nuclear, arrastrando al mundo a un punto de no retorno.
Mientras los misiles vuelan, los líderes políticos de ambos países buscan posicionarse como héroes nacionales. El discurso de victoria parece más importante que la estabilidad regional. Y la gente común —la que sufre, la que muere, la que pierde sus hogares— queda atrapada en medio de una narrativa construida para alimentar egos y silenciar críticas internas.
Las redes sociales se han convertido en trincheras digitales. El nacionalismo se desborda. Las fake news florecen. Y mientras tanto, las familias paquistaníes entierran a sus muertos, y las indias se preparan para evacuar zonas fronterizas por si esto se descontrola.
¿Qué sigue?
Nadie lo sabe. Ni siquiera los actores principales. Ambos gobiernos creen poder manejar la escalada. Pero el historial dice lo contrario. Cachemira ya ha sido testigo de guerras antes. La diferencia es que hoy los arsenales tienen otra dimensión. Y la posibilidad de que una chispa termine en catástrofe global es más alta que nunca.
Lo que pase en las próximas 48 horas podría definir no solo el destino de dos países, sino el equilibrio de una región entera. El mundo observa con el corazón en la garganta. Porque cuando dos potencias nucleares juegan a demostrar quién es más fuerte, el que pierde siempre es el pueblo.