
Durante años, los Millennials fueron considerados los impulsores de la “economía de la experiencia”, priorizando vivir momentos únicos sobre adquirir bienes materiales. Sin embargo, un nuevo estudio de Luminate revela que la Generación Z (nacidos entre 1997 y 2012) ha tomado la delantera, convirtiéndose en la generación que más gasta en música en vivo.
Según los datos, los jóvenes de la Gen Z invierten en promedio 38 dólares al mes en conciertos, un 23 % más que el aficionado estadounidense promedio. Los festivales son el motor principal de este gasto: destinan 23 dólares mensuales solo en entradas, casi el doble que otros públicos. Para ellos, asistir a estos eventos es más que entretenimiento: es un punto central de su vida social y una oportunidad para reforzar vínculos.
El fenómeno se explica por una fuerte necesidad de conexión y por el FOMO (miedo a perderse algo). La Gen Z prefiere gastar en experiencias antes que en ropa de diseñador, inversiones o ahorros para vivienda. Aunque suelen ser compradores cautelosos en el día a día, en un festival la mayoría admite gastar por encima de su presupuesto, impulsados por compras impulsivas y el deseo de vivir experiencias inmersivas.
Además, están redefiniendo la fiesta: beben menos alcohol que generaciones anteriores y optan por actividades de bienestar como yoga o mindfulness. Mientras ellos llenan los escenarios, muchos Millennials reducen su asistencia por responsabilidades familiares, y la Generación X, aunque menos presente, financia en gran medida la experiencia de los más jóvenes, actuando como los inversores silenciosos de esta nueva era de consumo cultural.