
El Wi-Fi que usamos todos los días no solo conecta nuestros dispositivos: también puede “mirar” lo que ocurre a nuestro alrededor. Investigaciones del MIT han demostrado que las ondas inalámbricas rebotan en paredes, muebles y cuerpos humanos, permitiendo reconstruir en tiempo real la posición y los movimientos de las personas en una habitación. Tecnologías como Wi-Vi y WiTrack han logrado incluso atravesar muros para detectar si alguien se mueve, respira o permanece quieto, convirtiendo una señal cotidiana en un radar invisible.

Lo que antes sonaba a ciencia ficción hoy tiene respaldo científico. Estudios han comprobado que, con algoritmos avanzados, el Wi-Fi puede registrar variaciones mínimas en la señal producidas por el pecho al respirar o por el pulso del corazón. En 2020, sistemas como WiPose demostraron que es posible reconstruir con precisión milimétrica el movimiento humano en 3D utilizando routers comunes, sin necesidad de cámaras, micrófonos o sensores visibles. Estos hallazgos abren la puerta a aplicaciones médicas sin contacto, sistemas de seguridad e incluso rescates en desastres naturales.

Sin embargo, la misma tecnología que promete salvar vidas plantea un riesgo inquietante: la vigilancia invisible. Expertos en ciberseguridad advierten que, así como una cámara puede registrar cada paso, las ondas de Wi-Fi también pueden ser manipuladas para rastrear la presencia, la postura y la actividad de quienes habitan una casa. Lo preocupante es que todo esto puede ocurrir sin instalar dispositivos adicionales, utilizando únicamente la red inalámbrica ya existente.

En otras palabras, mientras navegamos en internet, las ondas que nos conectan podrían también estar “observándonos”. Lo fascinante y lo aterrador se mezclan en esta tecnología: un recordatorio de que en la era digital la frontera entre comodidad y vigilancia se vuelve cada vez más delgada. Lo que parecía invisible ya no lo es, y la intimidad en nuestros propios hogares podría estar en juego.