
En Colombia la natalidad se desploma a un ritmo tan acelerado que ya superó a países como Japón y Corea del Sur, referentes globales en envejecimiento poblacional. En 2024, la tasa de fecundidad cayó a 1,1 hijos por mujer, un registro histórico que coloca al país en el grupo de naciones con menos nacimientos en el mundo. Lo más alarmante es la velocidad: mientras Japón tardó medio siglo en llegar a este nivel y Corea del Sur lo hizo en 19 años, Colombia lo alcanzó en apenas 15.

El impacto ya golpea con fuerza. Más de 6.200 colegios han cerrado en los últimos seis años y cada año desaparecen cerca de 3.900 más, un reflejo de la reducción del 32,7% en los nacimientos durante la última década. Esta caída no solo achica las aulas, también amenaza con desestabilizar pilares como el sistema de pensiones, la salud pública y el modelo económico, que durante décadas se sostuvo sobre la idea de que siempre habría más jóvenes que adultos mayores.
Sin embargo, el país parece caminar hacia esta transformación silenciosa sin un debate serio ni planes de contingencia. Expertos hablan de una “coreanización” de la demografía colombiana, con una velocidad de descenso aún mayor que la de las potencias asiáticas, pero sin sus recursos para responder. Por otro lado, La baja natalidad se cruza con problemas estructurales no resueltos: precariedad laboral, mujeres que deben enfrentar la maternidad solas, violencia de género y una desigualdad social persistente. En este contexto, la pregunta ya no es solo cuántos hijos nacen, sino en qué condiciones nacerán y crecerán dentro de un país que todavía no logra garantizar bienestar y oportunidades a quienes ya están aquí.