
La presentación de Tilly Norwood, una actriz creada íntegramente por inteligencia artificial, está desatando un intenso debate en Hollywood y más allá. Mostrada por primera vez en el Festival de Cine de Zúrich, Norwood aparece como una intérprete digital con rasgos sorprendentemente realistas y un carisma diseñado para conquistar pantallas. Sus creadores, la compañía holandesa Particle 6, la describen como “una obra de arte” y no como un reemplazo de actores de carne y hueso. Sin embargo, su irrupción ha encendido alarmas en la industria: figuras como Emily Blunt y Whoopi Goldberg han criticado duramente esta apuesta tecnológica, mientras que el sindicato SAG-AFTRA advierte que proyectos así ponen en riesgo el trabajo y la dignidad de miles de artistas.

El fenómeno refleja un cambio de era. Aunque muchos defienden que el arte humano es irreemplazable, la creciente inversión en avatares digitales y el interés de agentes de talento por fichar a Norwood evidencian que el negocio del entretenimiento está dispuesto a explorar nuevos atajos. Para los estudios, una actriz que no envejece, no exige salario justo ni condiciones laborales, resulta tentadora. Pero para otros, es el símbolo de cómo la tecnología puede devaluar la creatividad y reducir la expresión artística a un simple producto de código. Tilly Norwood podría ser vista como una curiosidad pasajera o como el inicio de un futuro en el que las estrellas ya no sangran ni respiran, pero aún logran llenar las salas de cine.