
En el país de las oportunidades, una simple curita puede costarte más que una cena para dos. Literal. Mientras lees esto, alguien en Estados Unidos acaba de recibir una factura de hospital donde le cobraron $700 por una bolsa de solución salina y $250 por una sola tirita adhesiva. No, no es una broma. Es el día a día del sistema de salud más caro y opaco del mundo.
Pero empecemos por el principio: ¿cuánto cuesta realmente producir estos elementos? Una bolsa de suero fisiológico cuesta menos de $1 fabricar. Una curita, en su presentación más “premium”, no supera los $3. En muchos casos, hablamos de centavos. Entonces, ¿cómo se llega a esos precios imposibles?
La respuesta es tan desconcertante como frustrante: no tiene nada que ver con los materiales, la tecnología, ni siquiera con la calidad del servicio. Tiene todo que ver con el caos interno del sistema hospitalario estadounidense.
Los hospitales en EE.UU. no siguen una lista clara y fija de precios. Cada institución tiene sus propios criterios, en muchos casos secretos, sobre cuánto cobrar por cada cosa. A esto se suma el peso aplastante de la burocracia, el papeleo y las negociaciones con aseguradoras privadas que inflan los costos a niveles absurdos. Todo esto ocurre a espaldas del paciente, que muchas veces ni siquiera sabe cuánto costará su atención hasta que recibe la factura… semanas después.
Y cuando la recibe, lo que ve es surreal: $700 por un suero, $17 por una pastilla de ibuprofeno, $53 por usar una bata del hospital, $143 por ver a una enfermera durante 15 minutos. ¿Es un chiste? No. Es el verdadero rostro del sistema sanitario de la nación más poderosa del planeta.
Los expertos han denunciado esto por años, pero el problema no se ha resuelto. Las grandes farmacéuticas, los conglomerados de hospitales y las aseguradoras se reparten el pastel mientras los ciudadanos comunes se endeudan por cosas tan básicas como una consulta o una operación menor. Hay familias que pierden sus ahorros, venden su casa o entran en bancarrota solo por haberse enfermado.
Irónicamente, Estados Unidos tiene algunas de las tecnologías médicas más avanzadas del mundo y algunos de los mejores profesionales. Pero también tiene uno de los sistemas más ineficientes, desiguales y depredadores. Un sistema donde enfermarse puede arruinar tu vida financiera.
Mientras tanto, en muchos países con sistemas públicos de salud, una bolsa de suero no cuesta más de $1 al usuario final, si es que siquiera se cobra. En esos mismos países, el acceso a medicamentos y curitas es parte del derecho a la salud, no un privilegio condicionado a la capacidad de pagar.
Entonces, ¿cómo es que seguimos justificando esta locura? ¿En qué momento aceptamos que una curita cueste $250? La respuesta es incómoda, pero necesaria: porque se ha normalizado. Porque el sistema ha sido diseñado para ocultar los precios, para confundir al paciente, para dejarlo sin herramientas para exigir claridad. Porque la enfermedad se convirtió en una industria, y la salud en una mercancía.
Y lo peor: nadie te avisa de esto hasta que te toca vivirlo. Hasta que estás en una sala de emergencia, vulnerable, con dolor, confiando en que te están ayudando… y días después descubres que esa ayuda te costó miles de dólares por cosas que, literalmente, cuestan centavos.
Esta es la realidad que muchos prefieren no ver. Pero está ahí. Y mientras no se hable de ello, mientras no se exija un cambio profundo, seguirá habiendo personas cobrando $700 por un suero y $250 por una curita. Porque alguien lo paga. Porque se lo permiten. Porque el negocio es demasiado grande para desaparecer.