
Su música nace de la inmersión, literal y espiritual. En su estudio —una burbuja íntima llena de historia— cada arañazo en el vinilo y cada material tiene algo que contar, como si fueran ecos atrapados bajo la superficie del océano. Allí, sentado frente a los controles, sus dedos suspendidos sobre los botones, comienza un ritual. Ajusta niveles, añade capas, mezcla sonidos: el paisaje sonoro se abre como un mar calmo que esconde universos. Las bocinas laten como corrientes submarinas, y él se pierde entre ritmos, como un buzo sin rumbo en el azul profundo. Es ese trance entre agua y silencio lo que le permite esculpir, más que producir. Su estudio es su primera zambullida del día.

Y justo después, como si la jornada tuviera dos amaneceres, comienza su segunda vida, lejos de pantallas. “Al empezar muy temprano, mis horas laborales terminan antes. Por la tarde, ya sé que terminé; sé que mis oídos también terminaron. Entonces se abre un segundo día dentro de mi día”, cuenta Tozzi, y en ese segundo espacio de tiempo, cuando está en Salina —una joya volcánica del archipiélago Eólico— se lanza al mar. Con máscara y aletas, deja atrás el mundo y se sumerge en un santuario de inspiración. No hay autos, ni agendas, ni gente exigiendo nada. Solo el rumor del agua y su respiración contenida. El freediving, esa práctica casi meditativa, se convierte en puente entre cuerpo, paisaje y música. Es allí donde, como él dice, nace su material más significativo. Sus álbumes de la serie “Deep Blue” son testimonio de esa conexión, composiciones que vibran con la calma salina del Mediterráneo, con la elegancia de lo que no busca ser espectacular, sino eterno.
Pero para comprender la forma en que Luigi transforma silencio en frecuencias, hay que volver a sus raíces. En Roma, no creció solo entre ruinas antiguas y fuentes barrocas, sino en la compañía de amigos que aún lo acompañan. Su vida escolar en una institución francesa, incrustada en los jardines de Villa Borghese, fue el escenario de vínculos que calaron hondo: “He conocido a la mayoría desde los cinco años. Eso nos permitió construir un lazo familiar”, recuerda. Dentro de ese círculo íntimo, algunos ya exploraban la electrónica. Uno de los hermanos mayores les compartía discos, hablaba del clubbing mucho antes de que ellos pudieran vivirlo. Así, Luigi respiró techno antes de pisar una pista. A los dieciséis cayó rendido ante el minimal, con Villalobos, Holden y Hawtin como guías. Pronto aprendió a mezclar, primero por juego, luego con una intención que lo llevaría muy lejos.

Su despertar definitivo llegó en Dissonanze 2006, un festival que le mostró el potencial del techno como escape colectivo. Más adelante, su búsqueda de sonidos más profundos lo llevó a Berlín y a descubrir a maestros del dub como Basic Channel y Marcel Dettmann. Al regresar, encontró en Donato Dozzy otra revelación local. En Brancaleone, club clave en Roma, vio sets de Jeff Mills, Carl Craig y, claro, Dozzy, en un momento formativo. Todo eso lo empujó a comenzar a producir. Sus primeros pasos fueron en Dynamic Reflection y luego en Hypnus, donde encontró un hogar artístico. Su conexión con Michel Iseneld, el fundador, fue instantánea. “Es un amigo profundo y un visionario”, dice Tozzi. Su complicidad ha dado lugar a una de las alianzas más mágicas del techno atmosférico actual.

Hypnus no es solo un sello; es una comunidad. Es Ghibli en forma de frecuencias, un universo sonoro coherente, horizontal y construido desde la amistad. “¿Alguien puede señalarme otro sello así de consistente y lleno de ramificaciones épicas?”, lanza Luigi con orgullo. Su relación con Michel ha sido un catalizador: lo desafía, lo equilibra, lo inspira. Y no solo ha contribuido con su música, sino también con nuevos talentos como Feral, a quien introdujo en el sello. La mención de Cio D’Or, una de sus grandes influencias, lo delata: su oído está siempre en diálogo con otros artistas, pero su visión es firme. Ya sea colaborando con Claudio PRC en 012, con Psyk en Non Series o con Dino Sabatini en Outis Music, Luigi adapta su lenguaje sin perder su identidad, sabiendo que cada etiqueta es un ecosistema con alma propia.
Su historia no es la de un productor más; es la de un artista que escucha antes de sonar, que bucea antes de hablar, que entiende la música como forma de permanecer en suspensión, entre mundos. Por eso, si aún no lo has hecho, este es el momento ideal para dejar de leer y sumergirte en su obra.



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