
¿Puede un sintetizador simple como un SH-101 alterar tu percepción del tiempo? ¿Puede un ritmo nacido del caos hacer que tu mente viaje a otras realidades? Para Mathew Jonson, la respuesta es un rotundo sí. Desde su refugio en Berlín, este alquimista sonoro nos abre las puertas de un mundo donde las melodías hipnóticas, las drum machines y las frecuencias ocultas se convierten en herramientas de transformación mental.
“Nosotros simplemente dejábamos que todo sucediera, sin juicio. Luego elegíamos partes del caos que podían sonar cool”, explica sobre su método de creación con Cobblestone Jazz. No hay mapa ni brújula, solo el vértigo de lo desconocido, derramado como lava incandescente en el estudio, para luego cincelarlo en obras que flotan entre house, techno y electro.

Jonson no necesita presentación. Su nombre está tatuado en la historia de la música electrónica, no solo por su inconfundible sonido —donde los sintetizadores se enredan como serpientes alrededor de pulsos analógicos—, sino también por su labor como mentor a través de Freedom Engine Academy. Para él, el techno es más que beats: “Puedes cambiar la percepción del tiempo de las personas simplemente tocando las frecuencias correctas”, afirma, sin necesidad de sustancias, solo pura vibración.
El caos, el ritmo y la melodía son sus lenguajes naturales. Criado entre un piano, un clavicémbalo y los discos de Michael Jackson y The Pharcyde, su despertar musical fue una tormenta de jazz, drum & bass y sintetizadores analógicos. “Me metí fuerte en el drum & bass en la adolescencia. Artistas como Photek, Goldie, Hidden Agenda fueron muy influyentes para mí en esa época”, recuerda.
Hoy, en un mundo de producción digital inmediata, Jonson sigue creyendo en la magia de lo tangible: en perillas que giran, en filtros que respiran. “Para mí, tocar techno es movimiento intuitivo. Cambios sutiles en el sintetizador, el volumen, el mute. Necesito sentirlo físicamente”, confiesa.
Sus directos, como los que comparte en su serie One Beat Per Day, son pruebas vivas de cómo pequeños errores, modulaciones apenas perceptibles y ritmos generados desde máquinas vintage pueden construir experiencias auditivas que parecen alterar la gravedad misma.
“Hay algo que pasa dentro del cerebro con el caos que simplemente le encanta”, dice sonriendo. Es ese mínimo grado de imprevisibilidad —esa pequeña imperfección orgánica— la que hace que su música nunca se convierta en un simple fondo olvidable. Cada LFO fuera de tiempo, cada vibrato apenas audible, cada susurro de los filtros es un anzuelo que mantiene al oyente flotando en una dimensión paralela.
Y aunque admite que su estilo minimalista a veces ha recibido críticas —“Sí, algunos me han reprochado por ser demasiado minimal, quizás porque les molesta que lo logre”, ríe—, hoy su dominio de la mezcla y su entendimiento de la ingeniería del sonido son armas que potencian aún más su búsqueda de pureza.
La simpleza aparente de sus tracks es un truco de mago: bajo la superficie, hay un ecosistema de frecuencias, silencios y modulaciones tan cuidadosamente orquestadas que se siente como si cada sonido tuviera vida propia. “Creo que cuanto mejor eres como ingeniero, más instrumentos puedes mezclar porque entiendes cómo darles espacio”, explica.
En el mundo de Jonson, el SH-101 no es solo un sintetizador limitado, sino un portal a lo esencial: vibrato, volumen, vida. “Algunos olvidan que las cosas más cruciales en un sonido son las más simples”, sentencia.
Así que si alguna vez sentiste que un track suyo te arrastraba hacia otro espacio, que tu mente empezaba a flotar sin saber por qué, ahora sabes el secreto: no es solo música, es caos controlado, es magia armónica cuidadosamente escondida entre vibraciones.
Y tú, ¿te atreves a dejar que Mathew Jonson altere tu realidad?