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Los Océanos Podrían Volverse Púrpuras.

No siempre fuimos el “planeta azul”. Durante buena parte de la historia de la Tierra, los océanos no eran como los conocemos hoy. Eran verdes, densos, cargados de hierro, y reflejaban un mundo sin oxígeno ni vida compleja. Y si las condiciones del planeta vuelven a cambiar —como lo están advirtiendo algunos científicos— el color del mar podría transformarse otra vez, esta vez en morado. Sí, morado. Como si el apocalipsis viniera en tonos pastel.

Un reciente estudio publicado en Nature sostiene que el color de los océanos no es permanente ni decorativo. Es el resultado directo de lo que ocurre bajo la superficie: los niveles de oxígeno, la química del agua, la actividad volcánica y el tipo de microorganismos que dominan el ecosistema. Y todo eso ha cambiado —y volverá a cambiar— con el tiempo.

Durante el eón Arcaico, hace entre 3.8 y 1.8 mil millones de años, el oxígeno libre prácticamente no existía. La Tierra era otra cosa. Los únicos seres vivos eran bacterias unicelulares que sobrevivían en un océano saturado de hierro disuelto. Ese hierro provenía de la erosión de las rocas continentales, arrastrado por ríos hasta el mar, y también de la actividad volcánica en el fondo oceánico. En ese caldo metálico empezaron a desarrollarse los primeros organismos capaces de usar la luz del sol para producir energía. Pero no como las plantas actuales: estas bacterias hacían fotosíntesis anaeróbica, o sea, sin oxígeno.

Ese proceso produjo oxígeno como subproducto, y lentamente fue cambiando el juego. El oxígeno se unía al hierro del agua formando óxidos, que se acumulaban en el fondo del océano y eventualmente generaron las formaciones de hierro bandeado, esos patrones rocosos que hoy son testigos fósiles de un mundo en transformación. Fue entonces, cuando el hierro ya no podía absorber más oxígeno, que este empezó a liberarse al agua y luego al aire, desencadenando el evento conocido como la Gran Oxidación. La atmósfera se volvió respirable y la vida compleja tuvo su oportunidad.

Pero antes de ese giro, la superficie del mar tenía un color muy distinto. Según los investigadores, el hierro oxidado en suspensión habría generado una tonalidad verde en las aguas, un escenario muy parecido al que se puede observar hoy en las costas volcánicas de Iwo Jima, donde ciertas bacterias aún prosperan en condiciones parecidas a las del Arcaico.

Y ahora viene la parte que parece ciencia ficción pero no lo es: si el hierro pudo teñir el océano de verde, otras combinaciones químicas podrían darle tonos aún más raros en el futuro. Por ejemplo, un aumento en el azufre producto de actividad volcánica intensa y bajos niveles de oxígeno atmosférico podría favorecer a las bacterias púrpuras del azufre. Estas criaturas ya existen hoy, pero viven escondidas en ambientes extremos como lagos tóxicos y capas profundas sin luz. Si las condiciones globales cambian, podrían salir del fondo y dominar.

También es posible un océano rojo, causado por floraciones masivas de algas que prosperan en aguas cargadas de fertilizantes, o incluso marrón, por el óxido de hierro transportado desde suelos erosionados en climas tropicales extremos. Todo depende del balance entre la actividad volcánica, la temperatura del planeta, la cantidad de nutrientes, el tipo de vida dominante y la energía solar disponible.

El color azul que hoy asociamos con los océanos es en realidad un momento específico en la línea de tiempo geológica. Un parpadeo. Si se modifica la química del agua, se altera también su capacidad para absorber y reflejar ciertos colores del espectro solar. Y eso cambia no solo cómo se ve el mar, sino cómo funciona.

Porque estos cambios no son estéticos. Afectan la fotosíntesis, el equilibrio de gases, la cadena alimenticia y, en última instancia, la vida tal como la conocemos. El tono del océano es una especie de radiografía del planeta entero. Que el mar se vuelva morado no sería un detalle curioso para contar, sino una señal directa de que algo profundo ha cambiado.

Los científicos lo advierten: las señales están ahí, y si aprendemos a leerlas podríamos anticipar cambios importantes. Cambios que, aunque lentos, son inevitables a escala geológica. Nada en la Tierra es estático, ni siquiera el color del agua.

Hoy vemos un planeta azul. Mañana, tal vez no.

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