
Originario de Cerdeña, esa isla que respira un silencio mineral, Claudio cultivó desde temprano una sensibilidad más cercana a la geología que a la pista. Su techno no es un género: es una topografía. Cada track que lanza, cada set que construye, es un mapa de frecuencias que no se mueven en la superficie, sino en las capas tectónicas del cuerpo y del tiempo.
Quien lo ha escuchado en vivo lo sabe: no hay clímax forzado ni drops evidentes, sino un flujo continuo, envolvente, casi litúrgico. Claudio PRC compone con la paciencia de quien sabe que el groove no se impone, se cultiva. No produce “tracks”, sino rituales de escucha. Su dominio de las texturas ambientales, de los paisajes sonoros, lo coloca en un linaje que va desde los manifiestos de Basic Channel hasta los manifiestos contemporáneos de Semantica, Hypnus o The Gods Planet (su propio sello, junto a Ness).
No mezcla para entretener, sino para alinear frecuencias, para tallar espacios mentales en los que uno se sumerge sin saber bien dónde empieza y dónde termina el loop. Su selección no busca impacto, busca resonancia. Y en tiempos de gratificación instantánea y sets diseñados para el algoritmo, eso es una posición política.
Hay una constante en su obra: el respeto absoluto por el sonido como ente vivo. Su música está cargada de una intención casi zen, donde cada pulso es un paso, cada capa sonora es una puerta. Escucharlo es como adentrarse en una caverna donde todo está oscuro… pero uno no quiere salir. Porque ahí dentro, algo resuena con una verdad más antigua, más orgánica, más humana.
Claudio PRC no es para todos los oídos. Pero si te detienes, si le das el espacio que necesita, puede convertirse en uno de esos artistas que no solo escuchas, sino que te transforma.
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