
Los robots humanoides están empezando a incorporar algo muy parecido al dolor, no como una emoción, sino como una señal de autoprotección. Al igual que en los humanos, donde el dolor activa una reacción inmediata para detenernos y evitar daños mayores, estos sistemas permitirían que los robots identifiquen cuándo algo va mal y reaccionen de forma inteligente, priorizando su integridad y la de quienes los rodean.

Este “dolor artificial” se activa a través de sensores integrados en su piel y estructura, capaces de detectar impactos, presión extrema o fallos físicos. Cuando se supera un umbral de riesgo, el robot puede frenar sus movimientos, cambiar de comportamiento o apagarse. Esta tecnología busca que las máquinas comprendan su propio estado físico, acercándolas a una lógica humana: saber cuándo parar para no hacerse, ni causar, daño.
El concepto de dotar a robots con sensores y respuestas similares a la sensibilidad al dolor está siendo explorado por varios grupos de investigación y empresas tecnológicas alrededor del mundo.




